sábado, 6 de septiembre de 2008

TIEMPOS DIFÍCILES

El otro día hablaba con un compañero del IES que se va de sindicalista.

-"A ver si nos organizáis una buena huelga para este otoño"-
-"Está difícil. En tiempos de crisis, ya se sabe..."-


Pues como esperemos para entablar la lucha a que se haya concedido la jornada de 15 horas semanales, impere la autogestión obrera y el Estado garantice una renta básica para todos los seres humanos, vamos dados. A este paso, los sindicatos se pueden convertir en una Hermandad de gente que se cuenta batallitas con ocasión de las romerías del Primero de Mayo.


Desde los setenta, las relaciones sociales se están reestructurando en detrimento del trabajo (1). Los chamanes dicen que no puede ser de otra manera, que hay que ser competitivos. Normal que el capital defienda que lo mejor que puede pasar es que sus cuentas de resultados sean positivas; para eso están. Aunque, digan lo que digan, la lucha de clases sigue siendo un elemento que pesa mucho en las decisiones económicas. Allá por los noventa, se planteó a la patronal alemana la posibilidad de liquidar el sistema de pensiones y muchos respondieron que no era conveniente (al menos, de golpe), que no querían jugar al golf rodeados de guardaespaldas. Mejor que no nos perciban como una masa desarmada y dócil.

Pero esta entrada no estaba para hablar de macroeconomía, que no sé, sino de otra cosa.


Desde el curso pasado, hay un calendario de movilizaciones de los trabajadores de la enseñanza. Estas movilizaciones levantaron grandes expectativas, sobre todo por lo que tenían de confrontación contra las políticas privatizadoras en la Comunidad de Madrid. ¿Hay que relanzarlas cuanto antes? ¿Es posible? ¿Qué pasaría si el movimiento se ha debilitado? ¿Qué pasaría si las organizaciones sindicales optan por afianzar unas pequeñas conquistas y se busca una salida inmediata?

El poder tiene muy claro hacia dónde quiere ir. Hace varias décadas que los que mandan de verdad han decidido que eso de la salud y la educación son un mercado maravilloso, algo así como las cuevas de Alí Babá, y no han cesado de convertirlo en fuentes de negocio. Las luchas sociales han modulado el ritmo con que esta transformación se realiza: allí donde no se han dado o han sido derrotadas (Estados Unidos, Gran Bretaña, Chile, Argentina...), el cambio ha sido veloz y a lo bestia; cuando las protestas han llegado a preocupar al poder (Francia, Seattle 1999...), se han movido con mayor cautela.

Lo normal sería que poner una raya y decir que de ahí no se pasa. Sin ser tan ingenuo para pensar que la protesta de 45.000 trabajadores va a forzar al G7 y la OMC a declarar que se rinden, que están avergonzados de lo que han hecho y que no se repetirá, me parece que la resistencia puede servir, por lo pronto, para ganar tiempo. Tiempo para romper mitos sociales (eso de que lo privado es mejor y más barato), dibujar alternativas, crear un tejido que frene la hemorragia.

¿Es posible volver a arrancar las huelgas? Se siguen teniendo las mismas dificultades para llegar a fin de mes que en mayo. Al margen de que, cuando vemos que en la nómina que nos faltan 60 o 200 Euros se nos pone cara de úlcera de estómago, sí me parece que es posible. Es posible porque la primavera pasada se había alcanzado una cierta conciencia de que por este camino perdemos como ciudadanos y como trabajadores (si se destruye ese islote que queda de regulación y estabilidad en el trabajo que constituyen los funcionarios, ¿Qué va a ser de los mileuristas?) Es posible porque es una de las pocas ocasiones en que el discurso no se centraba en el corporativismo ni las situaciones particulares (primero se quedarán sin trabajo los interinos, ¿Y luego?) Es posible porque había sensación de que lo que no se lograse con la acción colectiva no lo va a solucionar ningún líder político ni sindical. O simplemente, por la cara de felicidad y de triunfo popular que se veía en la gente más jovencilla, que no había tenido la ocasión de saborear nada comparable, tras años en que la calle fue el territorio de cavernícolas. Sería una pena dejar pasar el momento.

¿Y si se retoma una postura de lucha? Un desarrollo clásico de los acontecimientos llevaría a que, tras las concentraciones y asambleas, estaría el recurso a las huelgas intermitentes. Y tras las huelgas intermitentes, habría que pensar en la huelga indefinida del sector. Después, ya veríamos. Cuanto más se prolonga una lucha, más se hace sentir el desgaste entre la gente y hay compañeros que se van descolgando. En otros tiempos, había cajas de resistencia (2). Como ahora somos modernos, lo que se suele hacer es pedir un crédito personal para aguantar (y los bancos se han vuelto más duros). Salvo en situaciones insurreccionales, estas luchas concluyen cuando las dos partes valoran el desgaste que han sufrido, cuánta capacidad de aguante les queda y, si se percibe riesgo de derrumbe, se busca un acuerdo con el que se saque algo y que permita retirarse honrosamente.

En el caso de volver a la carga ¿Qué pasaría si se pierde? ¿Qué nos esperaría si ya no fuera tanta gente a las manifestaciones y las huelgas tuvieran menos respaldo? Pues que se estaría como antes de hacer nada. Las políticas que ya conocemos volverían a tomar impulso y, tiempo después, habría que recuperar más terreno perdido.

¿Y si no se da la batalla? Pasaría lo mismo y algunas cosas más.. En tiempos difíciles, si no se percibe una respuesta, alguna luz dentro del túnel, el espacio de los movimientos populares lo ocupa la resignación y la idea de que los problemas los soluciona uno mismo con su abogado. En esas situaciones hay también un campo muy abonado para toda clase de milenarismos e iniciativas espurias (como muy bien nos alerta el
Blog de Gracchus Babeuf) . Pasaría que el pensamiento sería cada vez más único.

Se puede discrepar sobre cuál es el momento en que comienza a bajar la marea y en el que es prudente retirarse, eso no es lo más importante. Pase lo que pase, lo que no me gustaría es que los acuerdos a los que se pudiese llegar despidiesen demasiado tufillo a ventajas materiales para las propias organizaciones sindicales (como muy bien explica la
editorial del Colectivo Baltasar Gracián,). También son muy peligrosos esos juegos de desmarcarse, criticar a los otros, firmar algo peor una semana más tarde. Y, por supuesto, me enfadaría que el esfuerzo de la gente se utilizase con miras exclusivamente partidistas, tomándonos como potenciales clientes para futuras convocatorias electorales. Veremos.


(1). Se perfila la amenaza de legalizar jornadas de laborales dignas de 1848. Cosas que antes se tipificaban como delito (la evasión de capital, el tráfico de seres humanos) son ahora legales y cotidianas (libre circulación de capitales, empresas de trabajo temporal...). Se desregulan las relaciones laborales y, al mismo ritmo, los salarios reales han disminuido para muchísima gente. Además, no ha cesado el desmantelamiento de ese entramado que se denominó "estado del bienestar", con el que, gracias a sus pensiones, subsidios de paro, sanidad y educación gratuitas y fiscalidad progresiva, hubo una cierta redistribución de la riqueza y se percibía un salario social que permitió a muchos hijos de vecino acceder a cosas antes impensables (automóvil, universidad, vivienda en propiedad, vacaciones en el extranjero...).


(2)Dícese de colectas de dinero o alimentos que se realizaban para sostener a trabajadores en huelga o despedidos. Un día por ti, otro por mí



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